lunes, 15 de marzo de 2010

Crónica de un domingo.

El domingo pasado tuve la gran oportunidad de presenciar la grandeza de la sociedad mexicana, ya que fui a pasear con mi novia (aquellos que me conozcan les cuento que ya tengo novia y es simplemente excepcional) en fin, estábamos disfrutando de un día de esos de película, donde nada sale mal, uno de esos pocos días que te regala la vida actual, en el cual te puedes literalmente olvidar de los problemas y angustias diarias, en los que lo más importante es disfrutar el hecho de estar vivo y en compañía de los seres queridos, un día de egoísmo y envidiable alegría, pese al pesero, al metro, la distancia y una larga lista de etcéteras que cualquiera puede ponerle a la Ciudad más grande del mundo.

En fin que ahí estaba yo y cuando llegó el momento de despedirme de mi amada y de abordar el taxi, por cierto para los que me conozcan llevó más de un mes sin auto, ya que se encuentra en el taller y probablemente de aquí a que vuelva a escribir algo esta circunstancia habrá cambiado, el caso es que ello me dio la oportunidad de volverme a encontrar con el mundo real, y de encontrarme con gran sorpresa y gusto con el México del cual casi nadie habla, del que nadie escribe del cautivo del que sale todos los días a partirse el alma, aquel que se enfrenta y paga por las decisiones y estupideces de los malos o buenos gobiernos, el que a pie sufre, llora y agoniza a la vez que lucha y esmeradamente sobrevive, al real al de carne y hueso.

Así entonces primeramente platique con el taxista que aborde el cual al decirle mi destino, angustiadamente me confesó que no gusta de trabajar en las noches y menos aún en domingo, ya que ese día lo pasaba con su familia y que pensó que el mío sería un viaje más corto, por lo que decidí en un acto de egoísmo regalarme el detalle de hacer algo bueno para él y modifique mi destino pese a que dicho acto me significará treinta minutos más de lo programado, empero estaba tan bien que no me importó, al abordar el fabuloso metro, el cual es maravilloso siempre y cuando no vaya lleno de almas y desalmados luchando por llegar a un mismo sitio en un mismo tiempo; me encontré una pareja “curiosa” para mí no así quizás para usted lector, era un hombre de edad madura pasado de los cincuenta tal vez sesenta años con su acompañante, él vestido al más puro estilo de los pachucos con un traje abonbachado, con cadenas colgando de sus bolsillos, zapatos para bailar de dos colores su corbata aflojada del cuello por la notoria fatiga del baile y ella igualmente arreglada a doc para la ocasión, que considerando la ruta por cual viajábamos supongo que venían del popular salón California Dancing Club, honestamente no podía quitarles la vista de encima, ya que se les veía por decir lo menos alegres y agotados pero contentos, quién sabe si mañana la rutina o el trabajo les permitirá continuar con esos rostros pero por lo pronto ese domingo parecía que el día había sido concebido para ellos, luego al transbordar me encontré con un par de mujeres, mexicanas, me molesta que las cataloguen como indígenas o cosas así creo que la peor forma de combatir la discriminación es con la distinción, en fin iban ellas dos en compañía de tres chiquillos, no es para emular a cierto payaso de la historia, el uso de la frase, pero el caso que iban los cinco ellas dos supongo platicaban de cosas serias mientras que los tres infantes jugaban y digo supongo, ya que hablaban alguna especie de lengua primigenia de la República; el caso es que tras estas dos visiones prometí poner más atención en mis compañeros de viaje y ahí estaba descubriendo como familias enteras disfrutaron el domingo, como padres y madres pese a sus complejidades llevaban a su lado o en sus brazos a sus descendientes, como este México el de verdad trata pese a todo a seguir y seguir en pie.

Probablemente al día laboral siguiente esas mismas caras no las reconoceré por que volverán a la lucha diaria de toda la semana para tener un domingo perfecto.

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